Alix vuelve a Grecia
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Alix, "El caballo de Troya"
Otra de las muchas cosas que me maravillan de las aventuras de Alix es la frecuencia con que Jacques Martin alude en ellas a los mitos de la antigüedad. En este sentido, puede perfectamente compararse con Robert Graves. Al menos, yo acabó de leer El caballo de Troya con la misma satisfacción que hace treinta años leía El vellocino de oro, La hija de Homero, Rey Jesús y el resto de las novelas grecolatinas -si se me permite la expresión- de Graves en aquellas espléndidas ediciones que ponía a la venta Edhasa.
Aunque se tienda a asociar todos los mitos de la antigüedad clásica en una misma época, lo cierto es que la guerra de Troya, en cuyo final se enmarca el episodio del caballo, dista más de un milenio del siglo I a de C. que sirve de telón de fondo a las aventuras de Alix. Puesto a salvar semejante anacronismo, el gran Jacques Martin inventa una conjura integrada por los descendientes de los troyanos. Se han unido a fin de destruir el para ellos nefasto caballo, que ahora, más de mil años después de llevar la destrucción a Troya, se venera en un templo de Priene.
Hasta allí se dirigen Alix y Enak acompañando al joven Heraklión, que -al igual que el propio Alix lo fuera en la primera entrega por Honorus Galla-, va a ser adoptado por el general romano Horatius, vencedor del padre del muchacho, ahora gobernador de la provincia. Lastima que muchas de esas llamadas que invitan a ver otra entrega de la serie, al referirse a títulos que aún no tengo, se me escapen. En cualquier caso, el procedimiento -que no es otro que una voluntad de universo común a muchas obras- me maravilla desde que las aventuras de Tintín me convirtieron en un incondicional de cómic belga y la Línea Clara. Cincuenta años hace ya de tanta gloria.
Este nuevo regreso de Alix a Grecia se inicia en Olimpia. Los jóvenes están siendo vitoreados después de que nuestro héroe haya ganado una carrera. Pero ya en la última viñeta -cuánto estimo el tamaño, muy superior al de las primeras entregas y primeras grafías de la serie- de la página tres -la que abre el álbum-, la maldición cae sobre ellos. Alguien les arroja una pata de cabra y quienes les aclamaban pasan a ignorarles. Esa misma noche, los hombres caballo comienzan a acecharles.
Ese afán de aludir a la mitología clásica de Martin hace que en su camino a Priene, nuestra pequeña tropa recale en Delfos. Naturalmente, la visita al oráculo se impone. Su pitonisa augura sangre y fuego a Alix, a la vez que le exhorta a cuidar de Heraklión.
Siendo el caso que Hermia, la cuñada del gobernador, quiere casar a su hija con Horatius ya que, "ante tal afluencia de oro los lazos de sangre no cuentan en absoluto" (viñeta 6, pág. 20), el huérfano se ha convertido en un obstáculo para sus planes. Puesta a acabar con él ha llegado a una inteligencia con los hombres caballo asegurándoles que, si le ayudan a dar muerte a Heraklión, cuando su hija sea la gobernadora, ella les entregará el caballo para que vayan a quemarlo frente a las ruinas de la vieja ciudad de Troya, en los Dardanelos. Al frente de los juramentados se encuentra Adrocles, el hermano de Arbacés, uno de los grandes villanos de la serie.
Tras las peripecias habituales en estas maravillas, que no por ser de esperar resultan menos gratas, la trama concluye con un final singular, aunque en la estela del incendio del palacio del rey Etzel por parte Crimilda en los Nibelungos. Me explico:
Secuestrado Heraklión por los hombres caballo, a Horatius no le queda más remedio que atenerse a las condiciones de Hermia para su liberación. Así pues, aunque no pueden hacerlo frente a las ruinas de Troya, como se habían jurado, los descendientes de los troyanos ven arder el caballo a las puertas de Priene. Pero durante la celebración de los esponsales del gobernador y su sobrina, Horatius prende fuego a su palacio, como Crimilda al de Etzel. A excepción de nuestros amigos, a quienes se les facilita la huida, todos los asistentes perecerán allí. A punto de autoinmolarse en el incendio que él mismo ha ordenado, el gobernador proclama "¡Aquí termina mi carrera, la de un oficial que sólo ha conocido victorias porque sus amigos políticos cerraban los ojos ante su errores! (...) he fracasado en todo". Semejante bocadillo (quinta viñeta de la página 44), todo un reconocimiento de cierta mezquindad que, de la antigüedad clásica a nuestros días, no ha variado, me ha resultado tan extraordinario como el rencor y el revanchismo en las aventuras de Mortadelo y Filemón. Lo aplaudo sin paliativos, por supuesto.
También es en las páginas del incendio donde esa dominante ocre que transita todo el álbum alcanza el paroxismo. Nítido aún el recuerdo de Orión y El niño griego me atrevía a decir que toda la obra de Martin ambientada en la antigua Grecia tiende a esos tonos ocres. Mas, aunque compre esta primera edición numerada (723/1300) en la idea de que era la última entrega llevada a cabo por el maestro en exclusiva, descubro sin mayor problema que también participó en ella Jean Pleyers -mi favorito de sus muchos colaboradores- y que el color es de Rosanna Crognatelli. En cualquier caso, una lectura maravillosa, como todas las aventuras de Alix.
Publicado el 13 de mayo de 2014 a las 17:45.